martes, 22 de marzo de 2022

 

    Aquel sería un domingo diferente en la casita del sur bonaerense. Marcia y yo bajamos del coche estacionado a pocos metros de la entrada, mi madre en la puerta nos recibió nerviosa y al ver su semblante,... comprendimos que aquel sí, resultaría  un “domingo diferente” para todos...

    Sucedió a comienzos de octubre, en una tranquila noche de primavera. Me en­contraba acostado, esperando que el sueño llegara, sumido entre cálculos y reflexiones, perdido en la negrura del dormitorio y acompañado por el coro acostumbrado de sonidos sinfín, que subían hasta nuestro departamento del 7ª piso, provenientes de la transitada avenida.

     Aún repiqueteaban en mi mente como un eco lejano, las voces de los relatores del noticiero de la medianoche, que momentos antes me sirvieran de tenue arrullo.

     El carillón del reloj del living se hizo es­cuchar, y la solitaria campanada trajo orden a la noche. Fue en ese momento cuando ocurrió aquello...

     Sentí algo en mi pie derecho, que lo em­pujaba, apoyándose en él y dándole peso, pensé en Marcia, pero ella descansaba acu­rrucada al otro lado de la cama dormida profundamente. Frené mi impulso de encen­der el pequeño velador de tulipa y mirar que ocurría a los pies de la cama, Marcia se despertaría asustada, quizás sólo son ideas mías - me dije - y traté  de pensar. Ahora ya no estaba, se había ido.

     Un calambre, o un tendón buscando su posición, o sólo  nervios, sí, de eso se tra­taba. Recordé lo duro que había sido ese día de intenso trajinar para mis pobres pies – reflexioné – La culpa la tenía esa obse­sión de buscar mejores precios cada vez que necesitaba comprar algo de importan­cia.

Caminar, mirar, comparar, preguntar, re­gatear, esa era la “orden del día” para todos los porteños en estos tiempos, donde los pesos no abundaban y el trabajo tampoco, y yo no era la excepción – por lo tanto – aquello tenía que ser el resultado de la ca­minata desde Plaza de Mayo hasta el Once.

    Pero que equivocado estaba...

    Hay algo tan desconcertante, misterioso y desconocido como el cerebro humano?...  

En este extraño órgano se elaboran las per­cepciones y las ideas, allí residen las fun­ciones motrices, el mundo de la inteligencia, el pensamiento... y el “cofre de la memoria”.

 Ese cofre, tan celoso a veces de su contenido, que permanece cerrado y no existe poder terrenal que lo pueda abrir, en cambio otras veces tan generoso que nos regala recuerdos que creíamos no  tener o los creíamos olvidados para siempre. 

Allí estaba la explicación...

 “Eso” nuevamente sucedió.

 Intenté infructuosamente ver en la oscuri­dad, sabía que no era producto de un sueño, las campanadas del reloj junto con esa leve presión en mi pie me habían des­pertado.

Las campanadas?... Cuántas habían sonado?...

-  (Creo que cuatro..., o cinco...)

-  (Sí, por el silencio reinante y los pocos autos que circulaban ahora, tenía que ser noche cerrada.) 

Una tristeza sin solución me embargó, creía comprender sin atreverme a pensar..

de pronto algo en mi mente, como una chispa, me hizo saber.

     El cofre de la memoria se abrió.

     El corazón parecía dolerme...

 Las imágenes jugaban en torbellino mez­clándose con las sombras de la habitación...

 Me sentía ridículo allí acostado, impasible, temiendo moverme para no romper ese “hechizo”...

 De pronto lo vi, allí estaba..., en medio de ese carrusel de recuerdos...

 Venía hacia mí...

Con sus ojos curiosos y tristones a la vez.

 Su rojizo pelaje castigado por el viento, parecía flamear despidiendo reflejos iridiscentes...

 Avanzaba muy lentamente, como en “cámara lenta”, pero sin dejar de mirarme...

 Algo apretaba en su boca...

“Algo que sus colmillos atenazaban fervientemente...”


“El perro es especialmente de carácter gregario, busca permanentemente vivir en manadas, y debido a esto, se adapta muy fácilmente para vivir entre los seres humanos; la familia humana es el sustituto de la manada”...

Recuerdo haber leído esto y otras cosas más en los libros, y todo ello está encerrado en el cofre de la memoria, pero de allí solo se filtran con  vívidas imágenes todo lo que aprendí y los momentos que viví y compartí con YIYO. Ese pastor alemán, de linaje dudoso, pero todo un portento de bondad con chicos y grandes,su manada”..

        EL “YIYO” era un perro confiado y muy des­pierto, quizás poco seguro de si mismo, no tan independiente como los otros dos que eran sus compañeros, producto tal vez, de una extrema dependencia cuando era cachorro y la falta de un entrenamiento adecuado, aun así jamás dio problemas,  por el contra­rio,  cuando “él “ no estaba,  algo faltaba en aquella casita del sur bonaerense...


El agrade­cía todo ello, buscando mi pie, cuando me veía sentado y apoyando su cabeza en él, se quedaba mirándome a los ojos... con aquella mirada entre melancólica y curiosa, ronroneando sonidos de placer o interca­lando suspiros, vaya uno a saber de que....

-          Yo estaba a cargo de los perros , mamá se había ido a casa de la tía Nelly...”

-          Las palabras costaban pronunciarse...”Yo no quería que le pasara nada...yo no... quería... que se muriera. Los dejé solos un momento, estaba cortando la ligustrina...fui adentro....

-          De pronto ... sentí gritar los perros de los vecinos ...y el “Lucky” comenzó a aullar como un loco...presentí que algo malo había pasado...pero no que al YIYO lo hubieran atropellado....sólo vi a “León” en la puerta mirando hacia la esquina...nadie vio cuando ocurrió...no se sabe si fue un coche o un colectivo...ni porque el YIYO... corrió hacia esa calle, el nunca lo hacía....el nunca se alejaba....”

por Ascanio
 Allí estaba, la vio por el rabillo del ojo. Inmóvil, fría y vigilante. 
Orgullosa de su coraza de tono gris verdoso metalizado, con vivos blancos que destacaban ciertas zonas de su estructura, una gruesa flecha vertical amarillo furioso la cruzaba apuntando a su extremo superior, como gritando, más que señalando, donde depositar el alimento que su apetito voraz y sin límite requería y que él, obligado y sin derecho alguno a cuestionar, debía proveer.

Por el inesperado y violento envión, debió asirse de los parantes donde descansaba el obsoleto receptáculo importado, la bolsita de los remedios se balanceó peligrosamente y en un esfuerzo supremo evitó que el precioso contenido de alarga-días y calma-noches, resultado de horas de trámites plagados de excusas, negativas y cansadoras colas frente al organismo de asistencia social, diera por tierra. 

En un nuevo intento pudo esta vez lograr que su mano aferrara el cono de esa ávida y escondida boca. 

La primera tentativa fue desastrosa, (cada vez era más pequeña? , o debía cambiar los lentes como insistía día y noche la “patrona”?). La esquiva pequeña moneda jugó con dedos y ranura, y en una vertical digna del mejor clavado, surcó el aire en graciosa parábola que culminó en un sonoro tintinear sobre el sucio y transitado piso, no la siguió ni pensó en ella, debía continuar la proeza con el resto de las otras.

Los intentos por mantenerse erguido y no terminar desparramado entre los asientos lo distraían de su objetivo inmediato, la garganta metálica le devolvió un “clic” de aprobación, respiró con momentáneo alivio mientras procuraba proseguir con la tarea... 

Ya se le acalambraban los brazos por el esfuerzo y le hormigueaba la punta de los dedos...
Una voz le sonó lejana... no se atrevió a dejar de mirar la pequeña boca que pedía más y más... ”Señor..., abuelo...quedó detrás del asiento del conductor...” 

Los clic de aprobación se continuaron, pero luego todo se detuvo y el visor verde luminoso le recriminó los diez centavos faltantes, ahí recordó esa voz y sus ojos se apartaron de la gris y colgante estructura seudo-cibernética, un fuerte envión, una brusca frenada seguida de un furibundo bocinazo remataron el momento. 

De pronto la vio brillar y muy lentamente se acercó al “pedestal” del conductor, se agachó para tomarla, los ojos burlones en el espejo retrovisor lo buscaron y un nuevo empujón por poco termina sentándolo, haciendo estrellar la bolsita con su contenido en el respaldo del asiento, pasando a escasos milímetros de la cabeza de aquel dormido pasajero (como diablos podía estar ahí tan ajeno a todo y durmiendo tranquilamente, le reprochó mentalmente).

Cuando la tuvo la apretó con inusitada fuerza, esta vez no se le escaparía tan fácil y podría terminar de alimentar a ese “engendro” y así lograr sentarse, se prometió con fervor y determinación nuestro héroe. Con un último clic acompañado ahora de un sordo y prolongado sonido metálico vomitó un pequeño papel impreso indicándole que su turno había pasado, que “ya fue”, “fuera de mi vista”, “que pase el que sigue”... 

Ávidamente tomó el boleto que insinuaba tímidamente la otra boca rodeada de indicaciones y consejos, seguidos de flechitas y símbolos en idioma foráneo.

Un poco sonrojado ante el esfuerzo y el obligado papelón, buscó su lugar en el largo cubículo de asientos, pasamanos y ventanillas, y de reojo miró con encono a la fría caja gris, que ahora solitaria sin la complicidad de ese “espejito retrovisor” ya no resultaba tan inquietante.

El vehículo se detuvo entre bufidos y chirridos ante la parada, las puertas se plegaron, se acomodó mejor en su asiento esperando regodearse con las vicisitudes de la próxima víctima, la que no se hizo esperar.

Nuevamente “la importada from USA” ya tenía compañía:

"Tomado del pasamanos y con sus auriculares de vivaces colores ajustados a la cabeza, la que movía balanceándola frenéticamente al silencioso ritmo, el joven de la joroba portátil, displicentemente fue metiendo de una en una la serie de monedas en la ranura voraz y luego con un giro propio de un bailarín, asió con limpio ademán el pequeño papel impreso que le ofrecía la agradecida caja metálica".

Lo vio pasar raudo, aprovechando el envión que le regalaba el "atento conductor", y se dijo cabeceando su afirmación, “la patrona tiene razón, debo cambiar los lentes...”. Convencido trató de olvidar lo sucedido, sus ojos buscaron el exterior y mirando pasar vertiginosamente los “amarillos semáforos, musitó una plegaria”.

F I N






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